Por José Ortega
“Si los deportistas no se disponen a luchar, a dar lo mejor de sí mismos, a entregarse en cuerpo y alma a esa acción, no existe actividad deportiva en sentido pleno”.
La lucha es su causa eficiente, su razón de ser, si los deportistas o los corredores o los esquiadores no se disponen a luchar, a dar lo mejor de sí mismos, a entregarse en cuerpo y alma a esa acción, no existe actividad deportiva en sentido pleno. Incluso en el caso de que el elemento lúdico y recreativo sea el esencial, existe una dimensión de lucha de confrontación que hace viable la actividad deportiva.
En la ejercitación deportiva, siempre hay un reto difícil o muy difícil, que superar y la lucha es indispensable para tratar de salvar los escollos que separan al deportista de su reto. Toda lucha o contienda presenta siempre una resistencia y se desarrolla a lo largo de un periplo temporal que termina con la victoria o con la derrota. Es un juego binario y excluyente o se gana o se pierde. No se puede no ganar; no se puede no perder. Sin embargo, no siempre es evidente saber cuando uno gana de verdad y cuando uno pierde realmente y, menos aún qué es lo que gana y qué es lo que pierde tanto al ganar como al perder. También en el deporte las apariencias engañan.
En un partido de futbol, por ejemplo, gana el equipo que mete más goles y en una carrera ciclista, el corredor que alcanza antes que los demás la línea de meta, pero la lucha del deportista presenta un grado de complejidad más elevado. En ocasiones se puede haber ganado objetivamente, pero el deportista puede tener la impresión de no haber ganado porque no ha dado lo mejor de sí, porque no se ha entregado a la actividad.
En otras circunstancias, en cambio, ocurre lo contrario. Uno pierde objetivamente una carrera o un partido de tenis, pero tiene la percepción interior de haber ganado, porque ha superado sus expectativas personales, porque se ha entregado hasta el límite de sus posibilidades y está en paz consigo mismo. O simplemente porque ha mejorado respecto al último enfrentamiento con el mismo jugador, a pesar de haber perdido objetivamente.
No todo se juega, pues, en el plano de la exterioridad. Hay luchas interiores que solo conoce el deportista en su soledad. Cuando uno, por ejemplo, corre solo por una montaña, ¿quién gana?, ¿quién pierde? Cuando uno cruza un lago nadando, ¿quién gana?, ¿quién, pierde? Cuando un ciclista veterano sale un domingo por la mañana montado en su bicicleta y realiza doscientos kilómetros ¿quién gana?, ¿quién pierde? El escalador que ha trepado hasta la cima de una aguja después de ocho horas de trabajo, ha luchado para poder alcanzar su objetivo pero ¿ha ganado o ha perdido? Continuará…