Por José Ortega
Pasión por el deporte |
“Lo importante del deporte no es ganar, sino participar, porque lo esencial en la vida como en el deporte no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo”
Barón Pierre de Coubertin
La actividad deportiva no es ajena a la experiencia de la frustración. Tanto en el deporte profesional como en el amateur tiene lugar esta vivencia, pero no es percibida, ni expresada del mismo modo según personas y contextos. Todos los deportistas, en un momento u otro de su vida deportiva, por una u otra razón, se frustran.
La frustración puede conducir a otra salida: buscar las responsabilidades en los demás. Un deportista se frustra porque no ha conseguido su mejor marca en una prueba deportiva. Culpa tal responsabilidad al entrenador, al público, al clima, a las presiones comerciales, a los contrincantes y a una infinidad de elementos externos.
Esta es una inadecuada forma de enfrentarse a la frustración. Aún asumiendo que los demás pueden ser parte del problema y no de la solución, el deportista honesto consigo mismo debe explorar dentro de sí para tratar de indagar qué es lo que ha ido mal, donde ha fallado y que parte de responsabilidad tienen que asumir.
La tolerancia a la frustración es uno de los aprendizajes más valiosos que uno adquiere a través de la práctica deportiva. Tolerar es sufrir, aguantar, soportar una situación desagradable sin perder el control emocional. La tolerancia a la frustración es básica para poder continuar de nuevo, entrenar y prepararse para un futuro reto.
Las disciplinas como el ciclismo, la natación, el atletismo, el baloncesto o el mismo futbol, el grado de exigencia y de competitividad son tan elevadas que sólo los mejores dotados y los más tenaces alcanzarán la gloria. A la gran mayoría les espera la tarea de tolerar la frustración y orientarse hacia otro tipo de objetivos.
Esta lección es especialmente útil, pero no solo en el campo deportivo. Lo es, por extensión, en el conjunto de la vida. Tolerar la frustración no significa celebrarla, tampoco desearla; significa soportar pacíficamente, convivir con ella a pesar de no ser agradable su presencia; consiste en no dejarse vencer por ésta intrusa y continuar, con la máxima normalidad, la propia vida.
Frustrante no es, necesariamente, perder. En ocasiones se pierde, pero un deportista no se frustra, porque ya daba por hecho que perdería antes de comenzar; no está frustrado, pues lo ha dado todo y ha mejorado a título individual.
En ocasiones se gana y uno no se frustra, porque se ha ganado con gran felicidad y, a pesar de ello, se ha competido mal, se han cometido un sinfín de errores. La frustración es un estado interior que aflora cuando no se alcanza el objeto de deseo. Existen deportistas que se frustran por no haber competido bien a pesar de haber ganado. Los hay, los que se frustran por no haber superado una marca a pesar de haber entrenado todos los días.
Es esencial que el deportista no se identifique con la frustración. Este es un estado anímico pasajero, no un rasgo del ser de la persona. Todo ser humano es más que sus estados anímicos, que sus pensamientos y que sus sueños.
También los éxitos y los triunfos son efímeros y pasajeros. Cuando un deportista se cree, por haber tenido éxito una vez, que es un deportista exitoso, comienza a perder. Cuando cree, que por haber fracasado en una prueba o competencia, es un deportista fracasado, no tiene nada que hacer.
Cuando un deportista vive pendiente de los resultados, de los frutos de la acción, deja de gozar de la propia acción, porque esta se convierte únicamente en un instrumento para obtener resultados. La clave está en gozar con la ejecución de la acción, la que sea, independientemente de los resultados. Se trata de gozar escribiendo o nadando o corriendo, pero no convertir estas acciones en instrumentos para conseguir resultados. El desapego de los resultados es clave para gozar a fondo de la acción que se está realizando.
La cuestión no es salir a la competencia con la intención de ganar, sino con la intención de competir. Cuando uno goza competir, vienen los resultados, pero como una consecuencia, no como la causa del competir.