
Por Héctor Jesús Pérez Hernández
Hablar hoy de resignificación en Educación Física no es solo una moda discursiva, ni un concepto vacío importado desde lo académico. Es una exigencia urgente, una tarea impostergable y una apuesta ética para quienes asumimos esta profesión no como un oficio técnico, sino como una responsabilidad social. Resignificar implica, ante todo, despojar a la Educación Física de los estereotipos que la han encasillado por décadas: como espacio de desfogue, de disciplina corporal, de entrenamiento físico o de mera reproducción de deportes convencionales.
En realidad, la Educación Física se sostiene sobre una compleja red de saberes, prácticas, sentidos y relaciones, que la posicionan como una disciplina profundamente formativa, atravesada por lo cultural, lo político, lo afectivo y lo motriz. Resignificarla implica volver a mirarla con otros ojos, leerla desde su potencia pedagógica y colocarla en el centro del debate educativo, no como un añadido, sino como un campo de producción de conocimiento que forma sujetos en y desde el cuerpo.
Desde mi experiencia, puedo afirmar que resignificar no es un ejercicio abstracto ni un cambio superficial en el lenguaje institucional. Resignificar conlleva una transformación profunda de la intervención docente: cuestionar nuestras prácticas, repensar nuestras metodologías, renovar nuestras estrategias y, sobre todo, reubicar a las y los estudiantes como protagonistas de su proceso formativo. Ya no se trata de que aprendan a obedecer órdenes, a marchar, a competir o a resistir el esfuerzo físico. Se trata de que aprendan a reconocerse en su cuerpo, a expresarse desde su motricidad, a convivir, a cuidar(se) y a habitar el mundo con dignidad y sentido.
Este proceso, por supuesto, no es cómodo ni automático. Exige que como profesionales nos responsabilicemos por aquello que enseñamos y por el modo en que lo hacemos. Implica romper con inercias conservadoras, desarticular modelos autoritarios, y dejar de reproducir prácticas excluyentes, sexistas, capacitistas o racistas que aún subsisten en muchas aulas, patios y canchas. Resignificar la Educación Física nos obliga a pasar del saber hacer al saber por qué hacemos lo que hacemos, y para qué lo hacemos. Como diría Paulo Freire (1997), “la práctica educativa debe ser un acto de conocimiento y un acto de transformación del mundo”, y esto aplica también –y quizá con mayor fuerza– a quienes educamos desde el cuerpo.
Las implicaciones de esta resignificación también son institucionales y colectivas. Las escuelas normales, las universidades, los programas de formación inicial y continua, los colectivos docentes y los sistemas educativos tienen la obligación de generar las condiciones para que esta transformación se sostenga. No basta con declarar un enfoque o una misión progresista en el papel; es indispensable que se traduzca en decisiones curriculares, en políticas de acompañamiento docente y en procesos de evaluación coherentes con una pedagogía crítica de la motricidad.
Pero no podemos esperar que todo venga desde arriba. Como docentes, tenemos el deber de autoformarnos, de actualizarnos, de dialogar con otras disciplinas, de leer teoría, de escuchar a nuestras y nuestros estudiantes, y de abrirnos a experiencias nuevas que nos descolocan y nos enriquecen. La resignificación no puede ser una consigna sin praxis. Debe traducirse en el aula, en la cancha, en la planeación, en el lenguaje, en la mirada, en la forma en que diseñamos una actividad o evaluamos un proceso.
Resignificar la Educación Física también implica descentrarla del rendimiento físico y reconectarla con la vida: con el placer de moverse, con el derecho al juego, con el disfrute estético, con la construcción de vínculos, con la exploración del entorno, con el pensamiento lúdico y con el reconocimiento de que cada cuerpo tiene algo valioso que decir y que sentir. Como lo plantea Pierre Parlebas (2001), la motricidad no es una simple ejecución técnica, sino una conducta significativa en un contexto, y es en esa significación donde reside el verdadero valor educativo de nuestra disciplina.
En definitiva, resignificar la Educación Física es un llamado a recuperar el sentido profundo de nuestra tarea docente: educar personas integrales, críticas, sensibles y capaces de habitar su cuerpo y el mundo con conciencia y libertad. Este llamado no es opcional. Es un compromiso ético, pedagógico y político que debemos asumir quienes amamos esta profesión y creemos en su poder transformador.
Héctor Jesús Pérez Hernández

Licenciado en Educación Física, con maestría en Desarrollo de la Motricidad Infantil y candidato a Doctor en Investigación Educativa. Es catedrático de la BENV, miembro de diversas redes de investigación, ha recibido premios por su labor, ha publicado en revistas indexadas y es autor de proyectos educativos destacados.
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