
Por Héctor Pérez MEX
Durante muchos años, la orientación sistémica e integral de la motricidad representó una de las apuestas más valiosas para darle profundidad, coherencia y sentido formativo a nuestra práctica docente en Educación Física. Esta perspectiva permitió superar visiones reduccionistas que entendían el cuerpo como un conjunto de partes o funciones aisladas, y nos ayudó a concebir al ser humano como un sistema abierto, complejo y en constante interacción con su entorno físico, social, emocional y cultural. Desde ahí, la motricidad fue comprendida como un fenómeno integral que articulaba múltiples dimensiones del desarrollo humano. Sin embargo, en el contexto actual, caracterizado por la diversidad de corporalidades, las exigencias de justicia social y la renovación de los paradigmas educativos, esa visión resulta ya insuficiente.
Hoy estamos llamados a transitar hacia un enfoque dinámico e integrado de la motricidad, que no solo amplía lo que ya habíamos comprendido desde el paradigma sistémico, sino que redefine profundamente el modo en que concebimos, intervenimos y enseñamos el movimiento humano en los espacios escolares. Este enfoque reconoce que la motricidad no es un producto cerrado ni una conducta previamente establecida, sino una experiencia emergente, situada y siempre en transformación, donde cuerpo, mente, entorno y cultura se entrelazan de manera fluida y continua. En lugar de pensar al ser humano como un sistema estático compuesto por partes interdependientes, lo asumimos ahora como un sujeto activo que se adapta, se reconfigura y co-construye su accionar motriz en permanente relación con los desafíos, las restricciones y las oportunidades del entorno.
Esta concepción, profundamente inspirada en los aportes de la teoría de los sistemas dinámicos (Kelso), de la ecología del aprendizaje motor (Gibson) y de la praxiología motriz (Parlebas), tiene implicaciones directas en nuestra práctica docente. Nos exige, en primer lugar, romper con las planificaciones lineales, cerradas y universales, para dar paso al diseño de contextos pedagógicos abiertos, ricos en variabilidad y significación. Se trata de pasar de la reproducción de modelos motores estandarizados a la exploración creativa de múltiples formas de resolver situaciones motrices complejas. Ya no enseñamos “el” movimiento correcto, sino que generamos las condiciones para que cada estudiante encuentre su forma posible, pertinente y significativa de moverse.
En segundo lugar, este enfoque demanda una reconfiguración de nuestros modos de evaluar. La mirada ya no puede centrarse solo en el resultado o en el cumplimiento de una técnica “ideal”. Debemos evaluar los procesos de adaptación, de autorregulación, de toma de decisiones y de construcción de significado en la acción motriz. Evaluar desde lo dinámico e integrado es reconocer la diversidad como fuente de riqueza pedagógica, no como obstáculo a superar.
Asimismo, adoptar este enfoque nos implica como docentes en un compromiso ético y político con la inclusión, la diversidad y la justicia educativa. Si comprendemos que la motricidad es siempre situada, es también necesario aceptar que no todos los cuerpos parten desde el mismo lugar, ni enfrentan las mismas condiciones. Por ello, tenemos la obligación profesional de diseñar experiencias motrices que acojan todas las formas posibles de moverse, que reconozcan distintas historias corporales, y que valoren todas las subjetividades. No se trata de integrar “a pesar de”, sino de construir desde la diferencia.
Esta transformación epistemológica también redefine nuestro rol docente. Pasamos de ser transmisores de técnicas o controladores de la disciplina corporal, a convertirnos en diseñadores de ambientes de aprendizaje, mediadores de experiencias significativas y promotores de la autonomía motriz. Enseñar desde este enfoque implica confiar en la capacidad de cada estudiante para aprender desde su cuerpo, desde sus propias trayectorias motrices y desde el diálogo con los demás.
Ahora bien, este tránsito no es sencillo, implica confrontar resistencias, desaprender hábitos profundamente arraigados, y superar inercias institucionales que aún favorecen una Educación Física centrada en el rendimiento, la estandarización y la obediencia. Por ello, también es necesario asumir que como profesionales tenemos la responsabilidad de actualizarnos, de vincularnos con la investigación educativa contemporánea, de participar en comunidades de práctica reflexiva, y de incidir activamente en el desarrollo curricular de nuestras instituciones.
La adopción del enfoque dinámico e integrado no es solo una cuestión metodológica o técnica, es, sobre todo, una decisión ética que define qué tipo de educación física queremos construir y qué tipo de sujetos queremos formar. Se trata de apostar por una práctica pedagógica que valore la creatividad, la autonomía, la cooperación, la diversidad, y el derecho de todas y todos a vivir el cuerpo como un espacio de expresión, de conocimiento, de dignidad y de transformación.
En definitiva, transitar de la orientación sistémica e integral hacia un enfoque dinámico e integrado no significa desechar lo anterior, sino profundizarlo, enriquecerlo y llevarlo a una nueva dimensión, más coherente con los desafíos del presente. Es un paso necesario si queremos que la Educación Física en México deje de ser un espacio funcionalista y se convierta verdaderamente en un espacio de formación crítica, inclusiva y liberadora. Y ese paso, aunque impulsado por las políticas educativas y por los avances en el campo del conocimiento, solo será efectivo si lo asumimos con responsabilidad, convicción y compromiso desde nuestra práctica cotidiana como docentes.
Síntesis curricular
Héctor Jesús Pérez Hernández MEX

Licenciado en Educación Física, con maestría en Desarrollo de la Motricidad Infantil y candidato a Doctor en Investigación Educativa. Es catedrático de la BENV, miembro de diversas redes de investigación, ha recibido premios por su labor, ha publicado en revistas indexadas y es autor de proyectos educativos destacados
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