por Daniel Aceves Villagrán
De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, el fracaso es un suceso lastimoso, inopinado y funesto, la palabra tiene también el significado de “fallo” y viene del italiano fracassare, derivado del latín frangere, “romper, estrellarse”, es un concepto subjetivo porque cada uno de nosotros lo puede traducir de acuerdo con nuestra cultura y capacidades.
El fracaso es una fuente de aprendizaje y experimentación que, en ocasiones, genera frustración, respuesta emocional común que experimentamos cuando tenemos un deseo, una necesidad, un impulso y no lo logramos, entonces el fracaso debiese de asumirse como un hecho constructivo que pueda traducirse en mejorar en otras oportunidades, para hacer que los proyectos se conviertan en una vertiente que sea acompañada de experiencias que, en muchas ocasiones, son frustrantes. Sobreponernos a un fracaso en la vida personal y profesional es una tarea que se dice fácil, pero que puede resultar dolorosa y compleja y es ahí donde la autoestima, el autoconocimiento, el autoliderazgo, la automotivación y la autorregulación se convierten en factores indispensables, uno de los secretos es poder detectar, de esas vivencias, el aprendizaje que se desprende y extraer los conocimientos posibles sin abstraerse de la realidad.
Hay que considerar que no se puede controlar la mayor parte de los acontecimientos de nuestra vida y a nuestro alrededor, pero somos responsables de la actitud con la que vamos a enfrentar esas diversas realidades, en donde la actitud positiva y optimista nos va a potenciar para resolver los desafíos de forma más apegada a las cualidades de la inteligencia emocional; otra forma es aprender a resistir, para esto habrá que estar entrenados física y emocionalmente, y el deporte y la cultura física son elementos indispensables para lograrlo y, así, también salir al encuentro de soluciones mediante un sentido común y lógico, apoyándonos en el conocimiento, creatividad y experiencia de otras personas a quienes se les pudiera ubicar como referentes positivos.
Aristóteles, el filósofo griego, decía que “el fracaso se dice de muchas maneras”. La ecuación entre fracaso y frustración, además de ser un binomio emotivo y entendible, debe generar sentimientos de resiliencia y la necesidad de redistribuir nuestras ideas y expectativas, de ahí la pertinencia bajo un análisis de exploración pedagógica y curricular para que pudiera existir en la educación media superior una materia denominada “administración del fracaso”, en donde se destaque que no siempre conseguimos lo que queremos, que es normal sentirnos mal y aceptar que el solo hecho de intentar un logro es meritorio, que no nos regodeemos en el victimismo, que busquemos alternativas, que no hagamos caso a personas desinformadas o mezquinas, que pidamos ayuda y celebremos logros que pudieran parecer insignificantes, pero que nos van enseñando los avances que tenemos a nivel personal, académico y profesional.
No existe historia alguna de éxito en cualquier actividad humana que no esté acompañada de diversos fracasos y, sin ellos, seguramente no hubieran podido existir logros, triunfos y reconocimientos que se entiende son parte inherente de la experiencia de vivir intentando trascender en diversos ámbitos. Hay historias reiterativas de quienes, ante un cúmulo de éxitos, no han sabido enfrentar un fracaso y ello ha conllevado a la pérdida de rutas y de rumbos.