LA EDUCACIÓN, EL CUERPO Y EL SER
Abordando la educación, hoy en día en los tiempos de la pandemia ocasionada por la enfermedad COVID-19, momentos en los que no contamos con aulas de clase, pizarrones ni la presencia del protagonista en el ejercicio educativo: el alumno. Ahora más que nunca es inevitable preguntarse realmente qué significa educar. Más allá de la evaluación, los títulos y las competencias profesionales, ¿qué significa educar?.
Educar es una palabra muy intensa, que por su uso tan extendido, suele perderse entre su variedad polisémica. Significa tantas cosas que en ocasiones no significa nada. La Real Academia Española nos ofrece en su primera entrada la definición de “dirigir, encaminar, doctrinar”. No obstante, estos tres verbos no parecen del todo satisfactorios, pues un oficial de policía puede dirigir el tránsito; un guía de turistas puede encaminar a sus clientes y un líder dictatorial puede doctrinar a su pueblo. Estando en los tres casos muy lejos de ejercer una labor educativa genuina. Continúa la RAE con su segunda acepción, mucho más integral: “Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejemplos, ejercicios, etc.” No obstante que es más abarcador, este significado otorga una perspectiva meramente cognitiva-volitiva, dejando a un lado el ámbito físico. Por otra parte, se centra en la niñez y la juventud como etapas de aprendizaje, dejando de lado ese perfeccionamiento de facultades a lo largo de toda la vida.
¿Qué podemos hacer entonces para abordar la educación, el acto de educar desde toda su complejidad? Bueno, en primer lugar cabe señalar esta misma complejidad y en consecuencia acercarse al fenómeno educativo desde distintas perspectivas. Algunas usuales (la mayoría predomina desde los ámbitos cognitivos, memorísticos y de carácter evaluativo) y otras no tanto. En última instancia, para decirlo en los términos de Erich Fromm, más allá de lo que se pueda hacer o tener, la perspectiva de mayor nivel en una escala existencial de valores es ser. Educar para ser, educar para ser a lo largo de toda la vida (y por lo tanto, continuar siendo y continuar educándose autónomamente) sería en estos términos una de las divisas fundamentales de la educación.
Una vez prescindiendo de los espacios y modalidades educativas habituales, ¿qué nos queda? Resuenan en mi memoria las palabras de mi madre cuando al perder algo valioso me causaba mucho pesar: No te preocupes, te tienes a ti mismo. ¿Y qué me constituye a mí mismo? Con base en mi experiencia y en mi formación profesional respondería: me constituye mi propio cuerpo y mis facultades humanas (mentales, morales, biográficas, contextuales, etc.).
El cuerpo, el propio cuerpo, ese ente que es observado mientras observa. Ese sujeto sujetado que somos, estamos y tenemos todos nosotros ha sido olvidado en términos educativos y en general, en términos vitales. En el trato cotidiano con mis alumnos una pregunta recurrente ha sido: ¿cómo te visualizas a futuro? Las respuestas son variadas: “quiero ser exitoso”, “quiero ser empresaria” e incluso “quiero ser famoso”. Nadie, nunca, hasta el momento me ha respondido: “me visualizo sano de mente y cuerpo”. Siendo lo fundamental para cualquier proyecto, suele quedar en segundo plano. Esto se debe a diversas razones. Una de ellas es que como seres humanos somos seres de deseo. Está incrustado en nuestra naturaleza desear porque el deseo nos ayuda a sobrevivir. Deseamos el siguiente alimento, el siguiente abrazo o el siguiente iPhone. Lo deseamos porque no lo tenemos en este momento y una vez que se consigue, deseamos nuevas cosas. Sin embargo, nuestro propio cuerpo continúa siendo nuestro, siendo y estando ahí de manera incondicional, casi estática. Por lo tanto, damos por hecho que continuaremos poseyéndolo. Cierto, no lo perderemos ni se escapará, pero sí depende del cuidado y atención que le otorguemos el nivel de salud y bienestar que gocemos o suframos. Es ineludible que un cuerpo sano y en plenitud nos permitirá estudiar, aprender y educar (se) mejor. ¿Por qué no recurrir entonces al propio cuerpo como vía de aprendizaje? Ésta es una alternativa que la educación académica, artística y científica comparte con la cultura física y el deporte incluso en sus más altos niveles de competición.
Por todo esto, pongo en la palestra cultivar una educación corporeizada que permita trascender el aprendizaje a lo largo de todas las etapas de nuestra vida. Independientemente de la disciplina que se imparta, las competencias profesionales que se pretendan y los planes de estudio que se sigan. Incluso no necesariamente deben perseguir fines académicos. También en el ámbito laboral, familiar o deportivo, el cuerpo puede ser un medio y a la vez un fin que favorezca el aprendizaje para ser. Ser, en primer término y luego, para ser-profesionista, para ser-docente o para ser-medallista-olímpico.
Por la armonía y el equilibrio humano…
#MenteSanaCuerpoSano
#DeporteEsCultural
#DeportivaMente
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ALEXIS RAZIEL VALDÉS RODRÍGUEZ
- Maestro en Apreciación y Creación Literaria por la Universidad IEU, Puebla.
- Licenciado en Psicología con Mención Honorífica por la Facultad de Psicología de la UNAM.
- Académico y directivo en la UNAM.
- Cinta negra 2° Dan en Taekwondo.
- Líneas de investigación: Psicología del Deporte, Ciencias del Deporte, Psicología de la Educación y del Desarrollo, Enseñanza y Filosofía de la Ciencia, alfabetización científica, lecto-escritura, creación literaria y conocimiento de frontera.