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La otra pandemia 

En mi columna de este mes es obligado hacer una reflexión a los recuentos de daños de salud que ha dejado y ha sacado a descubierto públicamente y conscientemente esta pandemia. Los mexicanos deberán disminuir de manera  considerable la comida densamente calórica (energy-dense propiamente nombrada y chatarra y ultraprocesada  popularme y erróneamente llamada  )para afrontar futuras pandemias

La comida energy dense forma parte de la alimentación de muchos o en mi opinión  de la mayoría de los  mexicanos y tal situación podría seguir afectando para futuras pandemias; la letalidad del COVID-19 entre personas con enfermedades crónicas, por ejemplo, es un problema que debe atenderse indiscutiblemente, coinciden especialistas  y colegas de distintos sectores de salud.
Este deberá ser el  momento en el que tenemos que reflexionar sobre la seriedad que se le tiene que dar a resolver las enfermedades crónicas derivadas de una cultura alimenticia que nos ha llevado a los top de obesidad y sobrepeso mundialmente.

La clave en la letalidad de esta pandemia entre las personas que padecen obesidad es la inflamación crónica que genera esta condición en el cuerpo, que puede afectar el sistema inmune y la función pulmonar, ambos fundamentales en la lucha contra el COVID-19.

La inflamación, que normalmente funciona como mecanismo de defensa del organismo para evitar daños en tejidos ante amenazas biológicas o físicas, en las personas con obesidad y enfermedades crónicas se convierte en una condición constante que genera una hiperactividad en las células del sistema inmune, lo cual daña a las defensas naturales del cuerpo y le impide defenderse efectivamente ante enfermedades como el coronavirus.

Desde los primeros días de la pandemia se observó que la prevalencia de enfermedades como sobrepeso/obesidad, diabetes, hipertensión, insuficiencia renal y cardiovasculares son derivadas de la mala alimentación y han facilitado más del 40 por ciento de las muertes de mexicanas y mexicanos por COVID-19 hasta el dia de hoy.
La magnitud de la epidemia de obesidad, sobrepeso y diabetes literalmente nos afecta poblacionalmente y hoy enfrentamos una epidemia de COVID-19 con estos estragos prolongados de la mala alimentación.

Los nutriólogos de México debemos dejar en claro que es equivocado responsabilizar al individuo sobre cómo se alimenta, pues la  una de las causa raíz son los alimentos que se encuentran disponibles, lo que otros expertos han llamado ’entornos alimentarios o, en el caso de barrios o pueblos con una oferta de comida poco nutritiva desiertos alimentarios.
En México tenemos una monstruosa y monumental sobreoferta de alimentos industrializados de muy bajo valor nutricional y altísimo poder calórico en forma de bebidas o en forma de productos sólidos.

Para dimensionar el problema, es necesario citar que  las muertes registradas anualmente en México, unas 300 mil según el promedio de la última década, ’están relacionadas con una mala alimentación.
Dado el carácter global de la pandemia de obesidad y diabetes, las complicaciones en pacientes de COVID-19 no son algo exclusivo de México  y comienzan a observarse en distintas latitudes del mundo, de manera sobresaliente en Estados Unidos, que comparte con el país los mayores índices de sobrepeso y obesidad.

En lo que ya es considerado el mayor estudio entre personas afectadas por COVID-19 en Estados Unidos, un grupo de investigadores liderados por Christopher M. Petrilli identificaron a la obesidad como la condición crónica con la mayor asociación a padecimiento crónico por coronavirus y como uno de los principales factores de hospitalización entre 4 mil 103 casos analizados en Nueva York entre el 1 de marzo y el 2 de abril. El 71.9 por ciento de estos casos presentó al menos una enfermedad crónica, cifras realmente alarmantes  y que nos ponen en alerta roja como gremio de salud y alimentación.

México necesita en mi humilde opinión una política nacional de alimentación que articule programas y sectores, con el objetivo final de mejorar nuestro sistema de comida. Esto significa producir, procesar, distribuir, querer consumir, saber consumir y tener acceso a consumir comida más balanceada, donde comamos una mayor proporción de legumbres, semillas, nueces, verduras. La meta de una política nacional de alimentación debe ser que haya más disponibilidad, acceso y consumo de comida variada, sana, de lenta digestión. El problema no es único de un sector, mas bien es multifactorial y complejo, donde la misma cultura en movimiento del país define como se le ve a la obesidad en casa. La educación será punta de lanza de futuros proyectos contra la pandemia de la obesidad.

Tras la revelación de los datos que comprueban la letalidad del COVID-19 ante la comorbilidad por enfermedades crónicas, la sobreoferta de alimentos energy dense  y sus efectos en la salud ha vuelto a la conversación pública, pero ni la evidencia científica disponible ha podido convencer a segmentos críticos de la población, incluyendo a  líderes de opinión. Muchos de ellos continúan abordando el tema con filtros ideológicos.


La resistencia más reciente a las reformas al sistema agroalimentario ocurrió ante la iniciativa de Ley de etiquetado frontal, una medida obligatoria que haría más fácil entender cuando un producto alimentario exceda los límites recomendados de azúcares, grasas o sodio. A fines de marzo, en plena pandemia por, la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (Canacintra) solicitó en una carta pública al Gobierno federal que no se publicara el etiquetado frontal en el Diario Oficial de la Federación (DOF), de manera que no entrara en vigor. El argumento de la gremial alimentaria era que la medida les causaría gastos imposibles de pagar en medio de la crisis, ocasionando ’un impacto económico negativo’ a la industria.

Un argumento común entre los críticos de regulaciones más astringentes para los alimentos energy dense es que estas medidas no alcanzan a la comida de la economía informal, la que se vende en los puestos de tacos, tamales, quesadillas, tortas o cualquier otra del variado repertorio popular mexicano. La ’verdadera’ causa de obesidad y enfermedades crónicas es la ’fritanga’ que come el grueso de la población, señalan incluso en cartones. Se trata de un error común, según los resultados de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) 2018, pues la comida rápida y los antojitos mexicanos se encuentran en el penúltimo lugar de consumo de alimentos no recomendables. En cambio, en los primeros lugares de consumo están las bebidas azucaradas, botanas, panecillos, cereales y bebidas lácteas etc .

Clasificar los antojitos mexicanos como no alimento recomendable y ponerla junto a la comida rápida es un error que no permite identificar distintos niveles de calidad en el vasto universo de la comida tradicional mexicana, el cual la Ensanut podría corregir desagregando mejor sus datos. EL punto es que mientras se siga politizando un asunto de tanta importancia nacional y dejando de lado, seguirá el riesgo de futuras pandemias y no solo en la salud sino en lo económico por el gasto público que esto genera al país.

Invertir hoy y disfrutar mañana. Solo mis dos centavos de opinion. Saludos y paso firme hacia la nueva normalidad! 

Neftali Gómez Jiménez
Maestro en Nutrición Deportiva por la Escuela de Escuela de Estudios Universitarios Real Madrid-Universidad Europea de Madrid y UVM. Licenciado en Administración del deporte y recreación por la Universidad  del Valle de México. Certificado nivel 1 por la International Society of theAdvancement of Kinanthropometry. Director del área de entrenamiento del Centro de Entrenamiento y Nutrición CEND. Revisor de Tesis en la Escuela de Dietética y Nutrición del ISSSTE. Emprendedor de proyectos relacionados al deporte: Delta G Sistema, Power Gym, Fitness Portátil y Algo más que nutrición. Mr. México Juvenil absoluto 2008, entrenador y formador de nuevos atletas en el fisicoculturismo. Ponente en diferentes diplomados, cursos y congresos con temas relacionados al deporte.

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