SALUD…¿PARA TODOS?

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Por Neftalí Gómez Jiménez

Pensé mucho para escribir sobre el tema de la columna de hoy, el ultimo de este año , un tema que está presente todos los días a todas horas por lo ya suscitado y conocido por todo el mundo literalmente: la pandemia covid19, ya que personalmente no me gusta mezclar temas de política y religión con mis áreas profesionales, sin embargo hay momentos en que los temas están sumamente ligados entre sí, y no me queda  más que hacerlo de manera  muy  objetiva posible y sin caer en cuestiones de gusto personal .

Comenzaremos diciendo que durante el siglo XX México logró el mayor incremento en la esperanza de vida de toda su historia. Empezamos el siglo XX con una esperanza de vida ligeramente superior a los 30 años, en 1970 era de 60 y hoy de 75 años.

Este asombroso incremento es sólo uno de los grandes cambios demográficos que se están produciendo, literalmente, en estos mismos instantes. No son cambios cataclismicos y tendemos a perderlos de vista, pero eso no los hace menos importantes. En la primera década del siglo XXI se han producido “tres primeras veces” históricas que he tenido la suerte de vivir:
• En el año 2000 el número de adultos mayores superó a la población infantil mundial. México está a punto de alcanzar este importante punto de inflexión.

• En 2007 la población urbana del planeta superó a la rural, fenómeno que se dio en México en 1980.

• En 2003 la mujer promedio alcanzó un nivel de fecundidad de 2.1 hijos a lo largo de su vida, apenas suficiente para reemplazarla a ella y a su pareja en la siguiente
generación. En México la fecundidad llegó al nivel de reemplazo hace tres años,descenso muy acelerado si recordamos que apenas en 1970 cada mujer mexicana tenía seis hijos en promedio.

El aumento de los años de vida y el dramático descenso de la fecundidad han desencadenado un rápido proceso de envejecimiento de la población mundial, si no quiere revisar los datos solo observe la población de Europa cuando. En México el número de niños menores de cinco años se está reduciendo desde 1995. En marcado contraste, la población de 60 años y más está creciendo a una tasa anual de 3.5%, lo que implica una duplicación de este grupo cada 20 años. Los mexicanos mayores de 60 años, que hoy representan 7.6% de la población, serán casi la tercera parte del total para mediados del siglo.

El proceso de envejecimiento de la población tiene efectos en todas las dimensiones de la vida social: el trabajo, la educación, la estructura de la familia, la participación de las mujeres, el desarrollo económico.

De hecho, el significado mismo de enfermedad se ha transformado. Hasta hace poco la experiencia de enfermedad se caracterizaba por una sucesión de episodios agudos, de los que uno se recuperaba o fallecía. Ahora la gente pasa una parte sustancial de su vida en condiciones menos que perfectas de salud, lidiando con padecimientos crónicos. La enfermedad no siempre nos mata, pero casi siempre nos acompaña. 

El hecho es que somos testigos de una profunda transición en la salud caracterizada por una reducción cuantitativa en los niveles de mortalidad y un incremento cualitativo en la complejidad de las enfermedades. Esta revolución en curso ha producido algunos de los mayores beneficios de la historia humana. Es difícil encontrar otra esfera donde la ciencia y la solidaridad social hayan tenido un impacto tan positivo como la dramática ampliación de la cantidad y la calidad de vida gracias a los avances de la salud. En el caso de México, el progreso es un reflejo de auténticas políticas de Estado que a lo largo del último tercio de siglo han mantenido el rumbo de las instituciones públicas de salud frente a los cambios de administración y la alternancia democrática.

Los avances, sin embargo, han generado nuevo retos. La equidad es el más apremiante, porque el progreso en las condiciones de salud no se ha distribuido de manera homogénea ni entre los países ni dentro de ellos.

Por su desigualdad social México, como todas las naciones en desarrollo, enfrenta simultáneamente una triple carga de enfermedades. En primer lugar, está la agenda aún pendiente de las infecciones comunes, la mortalidad materna y la desnutrición. La patología del rezago sigue presente en las poblaciones de menores recursos, sobre todo en las comunidades indígenas. En segundo lugar, sin haber resuelto del todo este rezago, es ya dominante el panorama de enfermedades no transmisibles, como la diabetes, los males cardiacos, el cáncer y los problemas de salud mental, así como por las muertes debidas a accidentes o a violencia. En 1970 estas causas representaban 40% de las muertes; hoy representan más del 85%. En tercer lugar, hay que agregar los riesgos asociados directamente a la globalización: pandemias como el SIDA y la influenza, el comercio de productos dañinos para la salud como el tabaco y otras drogas, las consecuencias en la salud del cambio climático, y la diseminación de estilos de vida no saludables que han dado paso a la pandemia silenciosa de obesidad (que alguien ha llamado “globesidad” precisamente para enfatizar su vínculo con la globalización). Las cifras son particularmente dramáticas: en México hay 41 millones de adultos, seis millones de adolescentes y más de cuatro millones de niños con sobrepeso y obesidad.

En un sentido muy real puede decirse que México ha sido víctima de sus éxitos en materia de salud. El gran avance de las campañas e instituciones de salud pública hizo que, por así decirlo, México se comiera las enfermedades baratas de prevenir y curar, para quedarse con las caras y las difíciles. Al empezar el siglo XXI el sistema mexicano de salud estaba expuesto a enormes presiones. El país no invertía lo suficiente para enfrentar el nuevo perfil de enfermedades de su población. El traje del siglo XX le quedaba chico a la sociedad mexicana del siglo XXI.

La inversión insuficiente en salud ante el nuevo perfil de enfermedades, junto a la creciente demanda de los ciudadanos por servicios de alta calidad con protección financiera para todos, motivaron la reforma a la Ley General de Salud de 2003, que dio origen al Sistema de Protección Social en Salud, cuyo brazo operativo fue y es todavía el Seguro Popular. Para junio de 2011 a este seguro se habían afiliado ya 48.5 millones de personas. Si sumamos a esta cifra las de los derechohabientes de las instituciones de seguridad social, puede decirse que en México más de 95 millones de personas cuentan con algún tipo de seguro público de salud.

Mi convicción es que las propuestas de mejora de nuestro sistema de salud deben enmarcarse en una estrategia integral de desarrollo social, donde el concepto clave es “protección”. Se trata de un concepto integrador, pues captura la responsabilidad esencial del Estado, cuya razón constitutiva es proteger a la población contra diversos desafíos, llámense desastres naturales, deterioro ambiental, amenazas a la soberanía, delincuencia o violaciones a la integridad física y los derechos de las personas. Por ello se habla de protección física, civil, ambiental, jurídica y económica. La protección social es una dimensión más de esta responsabilidad esencial del Estado. El principal reto que enfrenta nuestro país en este aspecto es el desarrollo de la protección social universal, cuya base han de ser los derechos ciudadanos y no solamente los derechos laborales. En este sentido, el concepto moderno de “protección social” representa un estadio avanzado de la seguridad social.

La protección social comprende tres rubros:
1. Promoción social, concepto más integral que el tradicional de “asistencia social”, que se refiere a los esfuerzos para promover las capacidades y oportunidades de los sectores más vulnerables a fin de superar la pobreza. Incluye, asimismo, la protección contra lo que Mario Luis Fuentes ha llamado “nuevos riesgos sociales”: complejas situaciones de exclusión social como las que propician las adicciones o el tráfico de personas.

2. Previsión social, que se refiere al ahorro y la inversión necesarios para cubrir los riesgos económicos asociados al desempleo, la vejez y la discapacidad.

3. Protección social en salud, que incluye la protección contra los riesgos sanitarios mediante la vigilancia, la prevención, el fomento y la regulación; la protección de la calidad de la atención médica y la protección financiera contra los efectos económicos de la enfermedad.

La nueva generación de reformas del sistema de salud requiere de una firme base de investigación y desarrollo tecnológico, ámbitos en los cuales México sigue sufriendo de niveles muy precarios de inversión. El motor principal de la revolución de la salud del siglo XX fue el conocimiento científico. El mecanismo mejor conocido por el cual este conocimiento mejora la salud es su traducción en tecnologías, como vacunas y medicamentos. El conocimiento científico también es internalizado por las personas para estructurar su vida diaria en dominios clave, como la higiene personal, los hábitos alimenticios, la sexualidad y la crianza de los hijos. Las personas utilizan el conocimiento para tomar decisiones en su papel como coproductores de su propia salud y la de su familia. El conocimiento los faculta para ser usuarios informados de los servicios y ciudadanos conscientes de sus derechos. Un mecanismo más por el que el conocimiento mejora la salud es su traducción en evidencias científicas que sustentan el diseño, la implantación y la evaluación de las políticas públicas. En el siglo XXI la investigación científica sigue siendo el motor de la nueva revolución en salud y se ha vuelto, además, ingrediente esencial de una economía competitiva.

Es importante subrayar que México se encuentra hoy a la vanguardia internacional en materia de políticas de salud. La reforma mexicana es objeto de interés, estudio y emulación en muchas partes del mundo. Las políticas de Estado que tanto han beneficiado a México se erigen como ejemplo de la posibilidad de garantizar el acceso universal a servicios integrales de salud en un país de ingresos medios. Es importante recuperar esta riqueza para encontrar, en el análisis crítico del pasado y el presente, la fortaleza que nos permita seguir avanzando hacia el futuro.

En este esfuerzo de renovación la salud ofrece un punto de encuentro donde podemos alcanzar acuerdos concretos entre las principales fuerzas del país. Además de su valor como elemento indispensable para la justicia social y la prosperidad económica, la salud encierra un alto contenido político. Por su propia naturaleza, los temas de la salud tienden a unificarnos, pues representan un valor universal compartido por las principales ideologías y plataformas políticas. En el nacimiento y la muerte, en la enfermedad y la recuperación, todas y todos encontramos nuestra humanidad común. Por ello, la salud es un puente natural para el entendimiento, un vínculo que nos une como miembros de una sola comunidad, un objetivo compartido que permitirá proyectar a México hacia una etapa superior de su desarrollo.

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